Tengo una debilidad natural por los mercados. Creo que va muy de acuerdo con mi gusto por la cocina. También se puede explicar por el hábito inculcado por mis padres de visitar, allí donde fuéramos, el mercado. Es un poco el lugar por donde pasa la vida de todos los días en una ciudad, donde se ven las costumbres locales, el movimiento de la gente. La importancia que se da a la frescura y calidad de los productos, la diversidad, e inclusive la higiene, hablan de los habitantes del lugar.
Visitar los mercados es una tradición para mí que puedo continuar en excelente compañía. :) Una de las últimas visitas que hemos hecho más o menos recientemente ha sido al
Mercat de l'Olivar en Palma de Mallorca.
No exagero si digo que fue una experiencia conmovedora. Me hubiese quedado allí un día entero por lo menos. Tanto había para ver. La sección más impactante fue sin duda la de pescadería. Será porque soy de tierra adentro, vivo y siempre viví lejos del mar... Pero el pescado fresco, realmente fresco, tiene siempre ese efecto en mí. Y allí en Palma, en unos pocos metros cuadrados había todo lo que podía soñar y más. Desde las lubinas a los sanpedros, pasando por el
rape, tuvimos un encuentro cercano con los habitantes del mar.
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