Antes de ir por primera vez al
mar del Norte tenía una imagen, casi sin quererlo, de viento y de oscuras tormentas, de mareas y de
Wattenmeer. Después llegaron la arena (y las fkk :O ), las dunas, y también el sol...
Y descubrí también tantas cosas buenas para comer. Ahí probé mi primer
Butterkuchen, arenques en todas sus formas, Stremmellachs, pan negro "de verdad", Korn an Korn y por supuesto
Nordseekrabben.
Camarones del Mar del Norte, pequeños, deliciosos y tan típicos de la gastronomía de esa zona...
Los había comido antes, en forma de sandwich (
Krabbenbrötchen) o simplemente sobre una rebanada de pan. Lo que no había hecho nunca era pelarlos. No uno, ni dos, ni tres, como cuando comemos un plato de langostinos grandes. No, toda una bolsita de medio kilo, por cinco euros, que son muchos bichitos para pelar. Más de los que uno se imagina cuando los compra, ya cocidos, directo del pescador.
Entonces uno se sienta en el auto y comienza a descascararlos (sin ensuciar, claro :D ): tiro de la cabecita y después de la colita, bueno el primero no sale tan bien, pero está rico. Y uno, y otro, y otro más, mientras afuera se larga un lindo chaparrón. Justo algo para entretenerse mientras llueve. Después el agua para, nos ponemos en marcha y volvemos al departamento, para seguir pelando y pelando, uno tras otro. Hasta llenar trabajosamente una compotera y nada más. Cómo era? Se busca el segundo segmento desde la cabeza, se separa un poco por debajo y se realiza un movimiento de torsión hacia uno y otro lado, luego se tira y sale la cabecita. Se toma del extremo de la cola, apretando con las puntas de los dedos o las uñas mientras se tira del otro extremo para sacar toda la carne completa. Más o menos como se
ilustra acá.
Este trabajo de
pelar camarones era antiguamente una fuente de ingreso para mucha gente que se llevaba los camarones a su casa para procesarlos en las horas libres. Con la llegada de nuevas normativas higiénicas, pasó a ser un trabajo que no se puede hacer en la casa, y... terminaron mandando los camarones a Marruecos, donde la mano de obra es más barata.
No sé, pero a mí esto de los camarones que van con cáscara y vuelven pelados, de un lugar en el que no he estado nunca, me inquieta. Más o menos como me intrigaba cuando era chica, lo de la tortuga Manuelita que se iba a París a hacerse el tratamiento de belleza y en el viaje de regreso se volvía a arrugar. Los camarones prefiero pelarlos yo, disponiendo del tiempo claro. Y bueno, a París iría con gusto, pero no para que me planchen del derecho y del revés. :D
Por otro lado, comprándolos directo del pescador uno se hace la ilusión de apoyar, aunque sea en una pequeñísima medida, el trabajo temerario de estas personas. Hay muchos trabajos que respeto; el pescador, que pasa semanas en sus barcos, ese que conoce los movimientos de los bancos, ese pequeño pescador que está casi en vías de extinción, tiene toda mi admiración.
Y para terminar esta no-historia, cómo comimos nuestros pelados camarones? Con un pan de centeno, semillas y malta que compramos el día anterior en una excursión a Ribe, la ciudad más antigua de Dinamarca. Pan delicioso, cubierto con semillas de amapola. Creo que lo llamaban
softbrød. Unas rebanadas de manzana, los camarones encima y ...
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