Hay muchas cosas que me quedarán bien guardadas en los ojos y la mente de nuestro corto viaje por
Galicia: colores (los distintos profundos verdes, las manchas extendidas de Erica, Heide, brezo?), perfumes (del mar, de los pinos y los interminables eucaliptos), "airiños, airiños, aires", sabores (del
pan, del
pulpo, de los berberechos). Pero lo que me quedará en el corazón es la gente y el lazo afectivo con América y en particular con la Argentina.
Ahí donde íbamos, al sentir mi acento, argentino naturalmente :D , me preguntaban si estaba visitando parientes. Robbie se sorprendió un poco con esto, porque todas las personas con las que hablábamos tenían
familiares en Argentina. Pero toditas, todas, y no fueron pocas. Nos contaban de sus primos allá, de cómo habían marchado sus abuelos, de sus padres que habían regresado... Familias a un lado y al otro del océano. Historias de un contínuo ir y venir, trazando una
red invisible sobre el Atlántico. Vale recordar entonces lo que dice siempre papá, que en una época del siglo pasado se decía que Buenos Aires era la ciudad del mundo con más gallegos, más que cualquier ciudad en Galicia. Y por eso aún hoy se le llama la capital de la quinta provincia gallega. Más allá de los números y las estadísticas, esto se siente en el cariño manifiesto con el que cada uno nos relataba su relación con la Argentina.
Resulta entonces más chocante el contraste con los contínuos
hechos de maltrato a los argentinos y otros viajeros que llegan a Barajas.
Casos reiterados dirigidos curiosamente más contra
mujeres que viajan solas,
pero no sólo. Acaso España se ha olvidado que es un pueblo emigrante, como Italia? Cosas parecidas, aunque no iguales, suceden en otros lugares, claro. También en Argentina, especialmente contra peruanos, bolivianos, paraguayos... Significa entonces que Argentina se ha olvidado también que es un país de inmigrantes? Quiero firmemente creer que la respuesta a ambas preguntas es no. Quiero pensar que cada uno de esos casos es parte de la globalizada disociación entre instituciones y la gente de a pié. Que los funcionarios que reciben y maltratan a la gente son sólo personas con problemas de personalidad, que necesitan ejercer abusivamente su pequeño poder. Sirven a las instituciones que nos dividen, en lugar de perseguir la unión de los pueblos.
Estos hechos siempre me afectan y no puedo dejar de comentarlos, como le decía a Maite, porque hemos vivido una
situación similar y sabemos el trastorno que significa y la indefensión que se siente.
Pero ahora elijo transitar el puente que nos une con Galicia, que nos une y nos acerca a España. Quiero recordar siempre la breve charla con doña Herminia en su
tahona de Ribadavia, a la que llegamos sin proponérnoslo. Con qué ahinco nos explicó los galletas hebreas que tenía a la venta! En unos pocos minutos charlamos de todo un poco, y nos hubiésemos quedado con gusto a continuar la conversación.
No quiero olvidar tampoco a quienes nos atendieron en un bazar de Pontevedra, frente al mercado. Con esmero nos indicaban los lugares más bonitos de los alrededores, para que los visitásemos antes de irnos. Ni que decir de doña Ester Estévez, siempre acompañada de su perrito, nos abrió la puerta de la iglesia del monasterio de Santa María de Oia. Y nos contó tantas cosas que terminamos despidiéndonos con un beso. Las vendedoras de pimientos en Padrón, o la chica del negocio de ropa infantil. Elijo recordar sus nombres, sus rostros, sus ojos expresivos, porque es la realidad constructiva. Pero lamentablemente no significa que la otra realidad no exista.
O Carballiño, pulpo, pan y viño.
Justo antes de pasar por el
castro de San Cibrao de Las, en la intersección de dos rutas, vimos la primera
pulpeira... Pero el recorrido nos llevaba en otro sentido y no pudimos parar allí. Fue en
O Carballiño donde nos detuvimos a probar uno de los platos insignia de la cocina gallega, el
polbo á feira. Tuvimos suerte. Ese local donde hicimos una parada para picar algo habitualmente cierra los martes, pero por ser fiesta, ese día estaba abierto. Un gran pote de cobre en la puerta, con una sombrilla colorida y los dueños en la puerta, invitaban a entrar. Sentada a la mesa podía ver a través de la ventana como cortaban el pulpo con una preciosa tijera de formas redondeadas. Una ración servida en el clásico plato de madera, pan y chatos de vino tinto para los tres... uno de los mejores altos en el camino que podíamos haber hecho.
Llegamos a la
Pulpería O Carballiño por casualidad, o casi. Como a la tahona de doña Herminia. Y de una forma parecida encontramos la
Quexería Don Crisanto: un poco buscando, un poco por el destino. Nos salimos de nuestra ruta, pasamos por Villalba y desde allí dependimos de la suerte. Porque en ninguno de los mapas que teníamos había una indicación certera, ni tampoco había una señalización en la carretera. Íbamos como a ciegas. Hasta que nos paramos a preguntar. La mejor solución, para descubrir que íbamos por buen camino. En la quesería estaban bastante atareados arreglando algún desperfecto, pero igual nos atendieron y nos mostraron las cámaras frigoríficas con los hermosos quesos alineados.
Mencioné antes el
pan de Cea, que nos acompañó durante los paseos junto con un queso Arzúa, un trozo de San Simón y jamón. Resultó ser un pan muy fiel. Se conservó fresco, sin secarse, y con su perfume original a lo largo de los días. Y el pequeño trocito que nos quedó, sirvió para una sopa cuando regresamos a casa. Impecable como se conservó. Pero un pan tan maravilloso no es casual. Todos los panes que nos dieron a probar eran sobresalientes. Y quedé fascinada como suelen servirlos en rodajas gruesas, con esas migas abiertas y suaves, y cortezas crocantes equilibradamente.
Hay tantas cosas más para recordar, los camarones saltando vivos en el mercado de Pontevedra, las liebres y perdices "vestidas" y las tripas para embutidos, en el mercado de Lugo, tortillas de papas apenitas cuajadas en Betanzos, una mullida larpeira para el desayuno, mariscada con pinzas...
Y siempre vuelvo a la gente, a sus ojos, claros más allá del color, a su afecto y su calor. Sin ser gallega puedo llegar a entender los versos de Rosalía de Castro a su tierra: "Airiños, airiños, leváime a ela!".
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